Esperanza se frustraba con facilidad, se había convertido en alguien que necesitaba tenerlo todo excelentemente controlado. Era muy exigente, consigo misma, con los demás, y con todo lo que ocurría a su alrededor. Se sentía triste mucho más a menudo de lo que nunca querría reconocer. Y no sabía por qué. Le dolía el corazón en momentos que eran para disfrutar, y se sentía decepcionada, asustada y cansada demasiadas veces. Conchita y Ángel tenían bastante paciencia con ella, pero ella no llegaba, desde hacía tiempo, a sentirse bien del todo. Y no sabía por qué. Puede que sí que fuera cuestión de actitud...
Las cosas no fueron siempre así. Esperanza había llegado a ser muchas de las cosas que desea una mujer, siendo aún una niña.
Pero empecemos por el principio: Esperanza era latina. Aunque su forma de pensar, actuar o hablar no la delatarían ahora, ella había nacido en sudamérica. Fue a uno de los mejores colegios del país y disfrutó de todo el amor de su numerosísima familia, y del acceso a todo el conocimiento y cultura que deseara, mientras ya la iban convenciendo de que era alguien especial; hasta que sus padres decidieron mudarse a España. Casi nadie sabe que los dos primeros años fueron muy duros para Esperanza: no conseguía interesarse por esos niños torpes, simples y tremendamente maleducados que la rodeaban en aquel colegio público español, ni acostumbrarse a ver a sus padres en con un trabajo, una casa, y un nivel de vida que no se correspondía con lo que ellos se merecían y habían luchado por conseguir. Durante ese tiempo, sus padres se separaron. Y Esperanza encontró dos pasiones. La primera ya la había acompañado desde que aprendió a leer y a disfrutar gracias al excelente trabajo pedagógico de su madre, aplicando las mejores técnicas para interesar a la niña por la literatura. A los 7 años leyó “África llora” de Alberto Vázquez-Figueroa; y decidió que viviría mil vidas, aprendería mil cosas, conocería mil lugares… a través de los libros. Éstos le resultaban a Esperanza muchísimo más interesantes que los niños de su edad, sus toscas lecciones del colegio y las aburridas actividades a las que se supone que se dedicaban sus compañeros de clase (Esperanza odiaba el regaliz, jugar con la arena y las chucherías, e ir a esa cosa masificada apodada parque sin ser más que una fea plaza de cemento con sosísimos columpios siempre ocupados). Pero los libros, sin embargo... en ellos podía ser una guerrera, una asesina, una princesa, una doctora, una amazona, una mujer independiente y sexy… Podía ser dulce, dura, radiante, agotada, inocente, sabia, divertida o furiosa, y recorrer lugares peligrosos e interesantes; y todas esas cosas le parecían, le siguen pareciendo, fascinantes. Pero ahora Esperanza ya no lee tanto, por aquel entonces solía leer siempre tres libros a la vez: Uno “para aprender cosas” como ella los llamaba, y que solían ser ensayos juveniles, manuales sencillos de usanza militar, de historia, guías de países o tutoriales para aprender a hacer manualidades, kárate, escalada… Otro de literatura juvenil, que reflejara una realidad social…. Sobre rebeldes, drogas, problemas familiares, etc, que le atraían de una manera que no podía entender. Y un tercero de literatura “más seria”, clásicos, histórica, contemporánea… Lo tenía todo dentro de esas páginas, y así se sentía bien. Aunque, por supuesto, siguió sin ser bien acogida por los otros niños, porque siempre andaba con tres libros encima. Pero no le importaba, de hecho, para ella era mejor así.
Esperanza era divertida, y dulce, que es algo que tampoco se imaginaría mucha gente hoy en día. Confiaba en la gente. Ya le disgustaba la mediocridad y la vulgaridad, pero deseaba ayudar a todo el mundo. Quería hacer cosas por los demás, era exageradamente generosa, y muy sensible. Un “no” brusco ya podía hacer que sintiera ese ligero dolor de corazón que después aprendería a conocer tan bien. Ella quería a la gente, quería salvar el mundo, le gustaban las cosas dulces y bonitas, heroicas y valientes, tenía un montón de pasión y sensibilidad dentro… algo que quería mostrarle a todo el mundo, pero no se atrevía. Estaba cargada de energía, de fuerza, de sentimientos… y ahí es donde entraba en juego su otra pasión , que ahora tampoco se atreve a confesar a casi nadie: el teatro. Le encantaba. Lo descubrió en viendo unos ensayos del grupo del colegio, y se apuntó a la actividad. Le gustaba muchísimo, pero pronto el grupo del colegio se le quedó pequeño. Aparte del balonmano, era su única afición con movimiento, y Esperanza necesita agotar su energía haciendo muchas actividades al cabo del día. Además, su madre vio en ello una oportunidad de que interactuara con más personas, así que la ayudó en todo para que pudiera seguir con esa afición. Esperanza nunca le dijo a nadie cómo disfrutaba actuando, nunca le dijo a nadie que representó, entre otras, El Sueño de una Noche de Verano, El yate o Marina, y tampoco le dijo a nadie qué ocurrió cuando decidió dejarlo, por qué un día decidió olvidarse del teatro para siempre. Ni por qué está tan segura de que Marichi sería una actriz genial. Pero esa es otra historia...